¡Hola amigos!

Acudir al desfile «Waterglazed» de Maya Hansen a primerísima hora de un domingo implica dos realidades: que amas a la diseñadora por encima de todas las cosas y que al salir del portal todos van a pensar que vas a misa vestida de pecadora.

En IFEMA los desfiles se suceden uno tras otro como si de churros se tratasen; de ahí que, aunque en las revistas parezca que han sido en días diferentes, a veces sólo se distancien entre sí unos minutos, lo que te obliga a cambiarte en las cabinas de los baños como si fueras Superman y así no crean que has pernoctado en la Feria. Este año me juré a mí misma no pisar moqueta más de lo necesario e ir a un par de desfiles que no coincidieran en día, con el fin de no hacer equilibrios en los baños bajando y subiendo interminables cremalleras y desatando ajustados corsés.

Demasiado a menudo siento que la moda española está herida. Y yo me afano en ponerle tiritas y darle besitos de cura sana siempre que puedo. Por eso no sólo no falto a esta cita fashionista, sino que además en los eventos insisto en vestir de diseñadores nacionales y rara es la ocasión en la que tiro de patrones y zapatos extranjeros.

Los desfiles pueden ser francamente divertidos desde el front row, si aprendes a mirar. A un metro de distancia las modelos son más que humanas y se suceden en fila: marcas de calcetines, tiritas despegadas, ojeras de cansancio, tobillos inflamados (como muchas de nosotras) y algún que otro traspiés. En el desfile de Ion Fiz, al que acudí en la segunda jornada, sacaron una preciosa perrita en un buga rojo, conducido bajo control remoto, que tenía que sortear unos enormes huevos y que casi hizo peligrar la integridad de las modelos, siempre tan serias en acto de servicio y por mandato divino, mientras la pequeña y requetebuena hija de María Reyes aplaudía y gozaba de la puesta en escena, sentada en el suelo a los pies de su mamá, con infantil entusiasmo.

Cuando finaliza el carrusel de interminables piernas, los invitados nos damos cita en el kissing room, una habitación llena de besos, gin tonics y piernas más cortas. La sala de este año simula ser de hielo azul, pero está, como cada temporada, llena de cálidos saludos e innumerables cámaras de fotos. En medio, un piano toca solo y las paredes son interactivas.

Abandonar IFEMA es como caerse en un foso de realidad, porque la moda es espectáculo y todos los que acudimos, lo entendemos así.

¡Larga vida a la moda española!

 ¡Hasta la semana que viene!

Avec tout mon amour,

AA